sábado, 2 de enero de 2010

MUSEO DE LA MEMORIA (DIARIO EL MERCURIO 2 de ENERO de 2010)








Hoy leì esta entrevista a Marcia Scantlebury futura directora del museo de la memoria y de los Derechos Humanos, por la importancia de sus contenidos la coloco a vuestra consideraciòn




Los nietos circulan por el jardín de su casa, rodeada de enormes árboles que cada dos años levantan la terraza y hacen olvidar que estamos en la mitad de Vitacura.
Pero no son los olvidos sino los recuerdos los que llenan las horas de conversación. Y la voz suave y femenina de  Marcia Scantlebury, que cuenta lo que le pasó hace más de 35 años, una historia  que también es parte del Museo de la Memoria, que se inaugura el 10 de enero, y de cuyo proyecto es directora.
Se lo pidió la Presidenta Bachelet hace un par de años, casi al mismo tiempo que le solicitó integrar el directorio de TVN. "No pregunté nada, sino que le dije por supuesto que sí, porque he estado toda mi vida en este tema, y era un honor". Era una culminación, "más allá de que nunca he estado en el papel de víctima permanente, nunca he sido esclava de mi personaje, a lo que siempre le he temido", dice.
Su personaje, además, es mucho más complejo e incluye una infancia soñada, mucho cariño, un marido incondicional, dos hijos, una belleza mítica, el  periodismo, la cultura -fue jefa de la División de Cultura del Mineduc durante el gobierno de Frei- y la política. Un personaje que inspiró, dicen , a  Clara de La casa de los espíritus,  de Isabel Allende.
Pero es el haber estado presa en 1975, el haber sido torturada, lo que marca en ella un antes y un después, del que acepta hablar ahora que se inaugura el museo, un  edificio emplazado en Quinta Normal. Un museo que para Marcia Scantlebury también ha sido duro. Hay noches en que llega a su casa sin ganas de nada, porque ha estado expuesta al dolor de otros, a testimonios que le recuerdan su propio dolor.
-¿Nunca fue al sicólogo?
-No. Es un prejuicio, pero te dicen que el sicólogo te va a hacer superar el dolor. Y no sé si quiero superarlo. No quiero que me saquen el dolor. Lo importante es aprender a vivir con él. Integrarlo. A lo mejor te hace más sabio. ¿Por qué tienes que olvidar? Pero es difícil a veces- dice.
Hablar del museo la entusiasma, dice que espera que no sea sólo la agenda del pasado sino la del futuro la que cruce la discusión.
-¿Que se inaugure antes de la segunda vuelta no lo tiñe de un cariz partidario?
-No he pensado en eso. La Presidenta quiere inaugurar el museo antes de irse y los plazos están dados por el tiempo que necesitamos para construirlo.
En el museo, que abarca el período de 1973 a 1990, también hay cartas, documentos, fotos, pasaportes con L y mucha artesanía carcelaria donde, por ejemplo, está dibujado el caballo de mar, símbolo de libertad. "Cuando a los presos los llevaban al baño, les sacaban la venda y veían esta rejilla por donde se escurre el agua, que tiene un caballo de mar. Al caballito de mar lo transformamos en un momento de luz, en que uno pensaba que podía escurrir por ahí", recuerda Marcia.
Está sentada en un cómodo sofá mientras habla. En una mesa hay una foto de su matrimonio con el abogado Rodrigo Santa Cruz,  ella muy joven y bonita. "¿Te das cuenta que el 50 por ciento de los chilenos  no había nacido cuando esto pasó? Los jóvenes, que tienen derecho a saber, preguntan por qué pasó esto", dice.
-Y esa pregunta, por qué pasó esto, ¿no debiera contestarse en un contexto que explique la polarización de comienzos de los 70?
-Todos los museos comienzan en un momento. Esto abarca la violación sistemática de los derechos humanos por parte del Estado de Chile, que era el encargado de cautelarlos. Y la creación del museo es un acto de reparación desde el Estado. Esa es la muestra estable, que ocupa menos de la mitad. Es injusta la crítica porque todo el resto del museo será  un espacio destinado a discutir todos los temas. Pero darle la espalda a lo que ocurrió no nos hace crecer.
A la entrada del museo, cuenta, habrá un lugar donde están los diarios de la época, donde se ve la violencia verbal. "Pero lo que no es el museo y lo que no va a producir es un empate. Porque no hubo aquí una guerra civil ni dos fuerzas regulares que se enfrentaron".
-¿Siente que el mea culpa de la derecha ha sido suficiente?
-No. Soy parte de la gente que sufrió y no te estoy diciendo que a nivel personal no haya recibido expresiones de gente que me han  emocionado. No soy una persona odiosa y siempre he estado muy disponible para la gente que se me acerca, que me dice: "Marcia, no supe" o "no creí". Pero a mí me hubieran gustado más muestras.
-Pero es muy poca la gente que aún justifica o niega las violaciones a los derechos humanos.
-Esta sociedad ha cambiado.  Pero me gustaría que hubiera más conciencia de lo que sucedió y más autocrítica, y de los civiles que participaron en el gobierno, que ha sido más débil. Se ha avanzado en términos de justicia, ha habido gestos de reparación, pero no es suficiente. A uno como víctima siempre le parece insuficiente.
-¿Qué le pareció lo que dijo Arturo Fontaine, que supo tarde lo que pasaba?
-¡Lo encuentro valioso! En la medida que haya más gente que sea capaz de decir eso...
-¿No cree que el mea culpa de la izquierda ha sido insuficiente?
-La izquierda ha hecho mucho mea culpa. He escuchado muchas veces diciendo que hoy se valora mucho la democracia. Pero fue tan brutal lo que pasó... Y no son sólo la izquierda y las víctimas. En la plaza del museo hay un memorial de Alfredo Jaar que es muy emblemático, y que tiene como lema "Todos hemos perdido algo". Porque no les pasó sólo a las víctimas directas, sino al país entero.
-¿Usted qué perdió?
-La inocencia. Porque vi que el mundo no era como lo imaginaba, que había gente que yo no quisiera ver. A nosotros nos vendaban. Un tipo me dijo una vez que me estaba subiendo la venda y que no lo mirara. Le contesté: "Lo único que quiero es nunca verlo a usted".
"NO ABRA LA BOCA"
Marcia Scantlebury ha contado  pocas veces su historia. Pero sí ha declarado muchas veces, ante la justicia, ante la comisión Valech, que reunió los casos de tortura en 2004, días en que lloró mucho. También está en una querella por Villa Grimaldi. "Nunca me he rendido, esa es la verdad", dice con sencillez. "Es importante no rendirse frente al olvido. Lo peor que podría pasar con este museo no es enfrentarnos con el odio, sino con la indiferencia".
Y agrega: "Todos estamos marcados. Pero yo puedo decir con propiedad 'a mí me pasó, a mí me torturaron', y no he dedicado mi vida a crear una sociedad de represalias. Esa no es la salida, sino mostrar lo que ocurrió para que nunca más vuelva a pasar".
-¿Cómo se vive con recuerdos tan traumáticos?
- Es absurdo que yo lo diga. Pero cuando me han preguntado cuál es el mejor y peor momento de mi vida, digo sin vacilar que los he vivido en el mismo tiempo y en el mismo lugar. En un tiempo oscuro, el tiempo de mi detención.
Fue en Villa Grimaldi, la tarde del 3 de junio de 1975, donde llegó con los ojos vendados. Al bajarse del auto, sintió unos gritos tan inhumanos, dice, que pensó que eran de animales.
-El odio era para mí un concepto intelectual, entonces fue terrible darme cuenta que no...
-¿Y por qué fue el mejor momento?
Lo resume en lo que vivió el domingo pasado, en Angostura, en la casa de María Matamala, una ex presa: "Habíamos más de 20 ex presas que cantábamos las canciones del campamento, porque vivimos una experiencia de solidaridad que estoy segura nunca más voy a vivir. Cuando a tí te traían de tortura, por ejemplo, estaban todas cantando. Cada una me había hecho un regalo y me cedían la mejor cama".
De a poco, va abriendo sus recuerdos. Se nota que le duelen.
Hasta entonces, Marcia había tenido una vida bien regaloneada. Una infancia bucólica en La Serena con sus dos hermanas. Su padre era abogado, un gringo "autoritario y maravilloso", que murió hace 15 años. Su mamá, Gabriela Elizalde, aún vive. Era una sociedad donde todos se conocían, donde era famosa por lo linda.
Para sus padres, fue complicado ver cómo las opciones políticas de su hija, que partió en la DC, se fueron radicalizando.  "Fui Patria Joven absolutamente". Claudio Orrego Vicuña la llevó a trabajar a la Promoción Popular. "Mi papá era absolutamente momio y le parecía terrible", se ríe Marcia.
Con él tendría una historia muy emotiva después, cuando estuvo detenida. "Cuando me fue a ver, me levanté la camiseta, le mostré  (yo estaba entera quemada) y le dije 'papá, mira. Para que no digas que nunca me torturaron'. Mi papá fue muy extraordinario, porque me dijo "No abra la boca". Él entendió que eso para mí fue una señal de respeto y amor impresionante porque siempre discrepamos en política. Él era pinochetista. Pero no creas que después de eso pasó a ser de izquierda", dice y sonríe.
En 1970 ella votó por Radomiro Tomic y, ya casada con Rodrigo Santa Cruz, se fueron  a vivir a Estados Unidos, un hecho que la marcaría. "Fuimos a Harvard en la época de los black panthers, del movimiento Viet-Nam, del feminista. Cuando volví a Chile, en 1971, había cambiado y tenía una mirada mucho más radical sobre lo que sucedía en el país".
Se separó también de su marido. Para el golpe era  "una militante de izquierda" pero sólo sería mirista cuando cayó presa. El año y medio antes de su detención escondió gente, ayudó a militantes del MIR, "cayó alguien del MIR y ahí apareció mi nombre como una persona que podía transmitir mensajes", recuerda.
-¿Pensó que podía ser tan vulnerable como cualquiera?
-Yo sabía que esto estaba pasando. Y a mí no me pasan las cosas. Cuando tomé la decisión de pasar a la resistencia  y de ayudar a gente, sabía a lo que me exponía. Lo que pasa es que nunca me imaginé cuando me paré frente a la Villa Grimaldi...
-¿Cómo resistió el dolor?
-No lo entiendo. No pensé que era tan fuerte. Me encontré con gente que te decía "no vas a resistir", y dije "capaz que no, pero voy a aguantar hasta que pueda". Ellos, cuando te torturaban, decían que tenías actitud de clase, de arrogancia. No era eso, pero sí pensabas: "voy a ser mejor que ellos". Estaba el terror de dar un nombre, que esa persona llegara ahí, la desaparezcan, y tener que vivir con eso.
Las secuelas de eso fueron que "perdí la mitad del oído por un golpe (pone la palma de su mano sobre su oreja derecha) y lo que te queda mucho tiempo son unos puntitos blancos, como despigmentación, donde te ponen la  electricidad".
-¿Hoy tiene más tolerancia al dolor físico?
-El dolor físico es brutal, indescriptible, siempre estaba esperando desmayarme, ¡qué fantástico desmayarme! o ¡qué fantástico morirme!, pensaba. Pero también decía "he resistido tanto, qué sufrimiento inútil".
Había cosas locas. "Como la niña que te tortura y te grita cosas horribles, y después te llama, te saca la venda, y te das cuenta que tiene siete meses de embarazo y te pide que la ayudes con el chalequito que está tejiendo".
Su familia no sabía dónde estaba. Fueron 17 días incomunicada. "Se supo porque a una chica joven que estaba conmigo la dejaron en libertad. Se llamaba Miriam Silva. Ella le dijo al padre Aldunate que yo estaba viva".
Marcia estuvo en Villa Grimaldi 23 días, en un centro de detención en Pirque, en Tres Álamos y Cuatro Álamos. Hubo mucha presión y salió para la Navidad.
Al otro día partió a Colombia. Ahí se juntó con sus hijos, trabajó, le fue muy bien y colaboró en la revista Alternativa, de García Márquez, mientras trataba de empezar de nuevo, ahora con sus recuerdos a cuestas.
-¿Lo peor de todo?
-Lo peor es algo que se te quiebra. La tortura es sobre todo una gran humillación. Siempre te queda esa fragilidad. Es mentira que después eres más fuerte, que todo dolor que no mata  fortalece. Soy una persona a la que con cualquier cosa se le llenan los ojos de lágrimas. Te queda siempre un antes y un después de esa humillación. Y una decepción sobre los seres humanos, donde dices "Ojalá no vuelva a pasar",  pero en el fondo sabes que hay algo de eso ahí.
-¿A quién fue la primera persona que pudo contarle?
-A mi marido, miles de años después. Pero ni siquiera se lo conté sino que fue como si él entrara ahora y nos escuchara. Es que es muy fuerte, siento yo, para él. Y a mi mamá nunca se lo he contado. Y con mis hijos nunca lo he hablado directamente, y ellos tampoco me han preguntado mucho. Es raro lo que le pasa a uno. Esto es siempre un secreto.
-¿Por la humillación?
-Por el tema de la gran humillación, el gran dolor, la gran culpa. Ser torturada como mujer es muy distinto a ser hombre. En el hecho de ser mujer la tortura tiene siempre una connotación sexual, sientes que el que te hayan tocado tiene que ver contigo. Yo no fui violada, pero fui abusada y fui maltratada de ese punto de vista, y me costó mucho reconciliarme con mi propio cuerpo. Me sentía sucia. Y pensaba ¿hay algo que podría haber hecho para que no me hubiera sucedido?
-¿No se forma un océano de distancia con el marido cuando uno carga algo tan terrible y secreto?
-Yo creo que eso te une. La vida está hecha de complicidades y muchos silencios. Soy de una generación que también pensó en modificar las relaciones de pareja en el sentido de contarse todo. Pero soy de los que piensan que no hay que contarse todo. Tenemos muchas zonas compartidas, pero también hay espacios absolutamente propios, de mucho silencio.
 Con su marido se reunió en Roma, donde él trabajaba para la FAO. Sus hijos fueron de vacaciones desde Colombia a Italia, "él me pidió que fuera y yo quemé todas mis naves en Colombia y partí... Y, como él me dijo, "esto prueba la perseverancia del amor" (se le llenan los ojos de lágrimas).
-¿Su marido nunca la culpó?
-Nunca hemos hablado de eso. Lo importante era juntarse. Nunca hubo mentiras entre nosotros, porque siempre nos quisimos.
- ¿Usted se culpó de sus opciones políticas?
-Eso es complejo. Hay una canción de la Mercedes Sosa que dice "No me preguntes niña, que la vida me reclama tanto. Ay qué camino tan disparejo, la angustia cerca y mi niño lejos". Es una explicación, creo, que le da alguien de la guerrilla a sus hijos.
-Que la están culpando...
-Mis hijos nunca me han culpado. Fue mi opción, y a todas las mujeres que participamos de eso nos pareció la  más generosa. Ellos tuvieron que crecer sin mí un período, tuvieron que vivir mi destierro, sufrieron y nunca tuvieron la posibilidad de opinar. Yo me siento culpable todos los días. Pero no me arrepiento.
Cada vez que puede, Marcia parte con su marido a una casa en Los Vilos. "Necesito mucho silencio, y del silencio para adentro. Descubrí por qué me gustaba Kieslowski, por qué me interesaban los  asiáticos en literatura. Tienen esta enorme melancolía, esta enorme tristeza. Yo soy una persona tremendamente triste".
-¿Después de lo que le pasó?
-Fui  melancólica desde chica, pero esto me lo exacerbó. También soy muy alegre, muy capaz de disfrutar las cosas de la vida. Gozo de todo, y eso tenemos casi todas las presas. Cuando salimos de la cárcel nos bajó una depresión horrible. Finalmente, estábamos en un espacio donde había afecto. Pero sales y quedas desnuda frente a la vida. Te enfrentas a la indiferencia. Salir es entrar a otro lugar, y ese otro lugar es siempre nuevo y hostil, porque la gente se acostumbra hasta a las jaulas. Y al final, ¿qué eres tú?, eres una presa. Esa es tu identidad.
-¿Cuándo se deja de serlo?
-Nunca. Nunca vuelves a ser la misma, pero también es gente muy positiva. Cuando nos juntamos, nos matamos de la risa, porque esto se sobrevivió con mucho dolor pero con humor  negro. Como para decirle "discoteca" al lugar donde nos torturaban porque ahí ponían a Julio Iglesias para que no se escucharan los gritos- recuerda-. Nos reíamos de todo. Una vez me carearon con Gladys Díaz, una periodista, y ella siempre cuenta que cuando nos sacaban y ponían la tela emplástica de los ojos yo le decía al tipo "¡no me saque más la tela emplástica! ¿No ve que me va a sacar las pestañas?". La Gladys me miró y me dijo: "qué te importa, si nos vamos a morir". "Bueno, ¡me quiero morir con pestañas!". No quisiera separar mi vida de un poco de frivolidad. No tomarme nunca tan en serio.
En cambio, todavía no puede escuchar canciones infantiles, porque las oían de un lugar pegado a Villa Grimaldi, ni tampoco sentir el olor de las rosas, porque las cultivaban ahí. "Ciertas cosas me producen angustia total. Es muy delirante. Uno se obstina en recordar y recuerdas cosas que te parecen irrelevantes y de repente no puedes recordar cosas fundamentales".
Pero no pudo olvidar algunas caras, que años después se topó. "Me he encontrado con gente, pero no he hablado. Raro, ¿no? Hay gente que tiene una compulsión a acercarse. Yo siempre he querido distanciarme porque todos los seres humanos tienen otra parte, y no quiero entenderla, comprender la ternura que puede haber en ese ser humano. No ando por la vida derramando el odio, estoy rodeada de gente maravillosa, pero no he perdonado totalmente. Hay cosas que no perdono. Sobre todo las cosas que tienen que ver con los demás. A lo mejor lo que me hicieron a mí podría olvidarlo.
-¿Se sintió parte del proceso de reconciliación?
-Reconciliar es volver a reunir. Hay cosas que no se van a juntar nunca más, pero lo importante es crear condiciones para que esto no vuelva a pasar. Seguramente yo podría perdonar a mucha gente. Pero perdono en nombre de quién. ¿En nombre de todos los que murieron y ya no están, o están desaparecidos? Jamás me sentiría con esa omnipotencia.

6 comentarios:

Belkis dijo...

Me he quedado sin palabras Juan Carlos y una lágrima se ha derramado aún sin querer. Cuanta brutalidad, cuanta maldad, cuanta indolencia, cuanta ignorancia por un lado y cuanta entereza, cuanta valentía, cuanta integridad por el otro. Nunca lo entenderé y siempre admiraré profundametne a la gente que ha pasado tanto dolor y sufrimiendo por ir tras sus ideales. Ojalá estas cosas no se repitan, pero creo que es una utopía, la maldad no dejará de existir. Gracias por compartir esta joya de entrevista Juan Carlos.
Un abrazo muy fuerte

Juan C Araya dijo...

Belkis , amiga de lejos y de tan cerca,yo te agradezco por dejar esa huella, la verdad es que tenemos tantas cicatrices abiertas, hay algunos que les molestan estos temas y hay otros que nunca cejaremos en hacer conocer estas realidades.
Gracias por estar cerca, son este tipo de amistades las que invitè a compartir esta mesa.
Un beso

Asun dijo...

Es una entrevista estremecedora, y como Belkis, no he podido evitar que se escaparan las lágrimas de mis ojos. Suscribo totalmente su comentario.

Guardar lo sucedido en el cajón del olvido no ayuda a superar el dolor. Este tipo de museos contribuyen a través del reconocimiento a reparar en cierto modo todo el daño que sufrieron las víctimas.

Gracias por habernos hecho llegar esta preciosa entrevista.

Un beso

Juan C Araya dijo...

Amigas , cuando se inagure este museo las invitare a compartir desde este ricòn, gracias por estar cerca
Un beso

Anónimo dijo...

Hola! Gracias por pasarte por mi blog, fue todo un honor. Yo no entiendo mucho de todo esto (por mi corta edad, ya sabe), pero me parece horrible que la gente muera y sufra por éstas cosas, y a lo mejor muchas de ellas ni se lo merecían, por no decir la gran mayoría.
Besitos!! Y un Feliz Año Nuevo, un poquito retrasado.

Luadosul dijo...

Hola, soy uruguaya y aquí también hay muchas historias de vida parecidas... lamentablemente, tenemos que lidiar con esa condición de "humanos" y sumamente imperfectos, lo que hace que muchos de nosotros exteriorizen lo más siniestro y cruel que nos podamos imaginar!
Vale la pena conocer estas vivencias y en ese conocimiento encontrar las contraposiciones que nos dejan ver lo que tenemos y apreciar que la vida tiene aún!, cosas hermosas.
Un cariño desde mi humilde lugar!